jueves, 26 de febrero de 2009

Expediente de inventario y partición de la Mortuoria de Don Jaime Burguera Ramirez

Por Magaly Burguera
1866

La lectura de documentación anterior a los años setenta del siglo XIX, las escrituras del registro, las declaraciones de herencia de los habitantes, sugieren imágenes color sepia como el papel y la tinta en que fueron escritos. Recibimos la impresión de que los pueblos de la jurisdicción merideña son extremadamente rústicos, algunos como San Cristóbal de Torondoy, fundados en la Colonia, merman en lugar de crecer. Las ciudades que con los años vendrían a ser Santa Cruz y Tovar son aldeas pastoriles; cortos rebaños de ganado pastan en grandes extensiones de tierra, las siembras no pasan de ser las elementales para la subsistencia y tal vez para un reducido mercado dentro de su circuito de influencia, de vida dura para sus habitantes, de trabajosas limitaciones, la selva domina el espacio territorial.
En un potrero y sobre el fogón hecho con cuatro piedras, un hombre prepara la sopa que será su almuerzo. Su inseparable amigo, Sultán, ayuda a vigilar a la vaca hosca, cuyo color motivará que ése sea el nombre que quede para ella. Al leve sonido de roce de hojas, de chamizos partidos, el perro alerta al amo, que se ha echado a dormir bajo la frescura del pomarroso. Y, si imaginamos las casas de habitación de aquellas aldeas incipientes, son de techos achinchorrados, de paredes desiguales de tapia o bahareque, piezas tenebrosas en la noche, oscuras en el día. Quizá por un postigo entre el haz de claridad, donde se ven flotando minúsculas partículas, dibujando la cama matrimonial de madera de gran copete y pie tallados, con colchón de paja sobre base de tablas. El resto de la familia compuesta generalmente por varios niños dormirá en camas angostas y catres de cuero tensado que no invitan al sueño. Si se quiere vivir con decencia no hay tiempo que perder en tanto dure la luz del día. Mirando hacia atrás, todo es tan difícil. A los pisos de tierra los barren con escoba de ramas, de una florecita amarilla que todavía se ve, a las cuales primero hubo que encontrar, cortar, amarrar alrededor de un palo, rociar el suelo con agua y creolina para impedir que las pulgas y las garrapatas se descontrolaran en número. Las cocinas y lumbres son cimientos de varios fogones alimentados con leña encendida y mantenida viva desde la madrugada.
Imaginemos ese surco entre montañas, antes de 1870, ese valle agreste, con el río Mocotíes recorriéndolo; contadas vacas en los potreros. A los precisos claros de vegetación que el hombre limpió de selva para mantener animales. Número preciso para producir lo justo, no más de lo que podía consumirse y venderse, ni menos de ello; recreemos a aquellas casas penumbrosas, donde se rezaba el rosario todas las noches.

Jaime Burguera Ramírez, quien había sido presidente del Concejo Municipal de Tovar el año 1864, fallece repentinamente el 27 de diciembre de ese mismo año, sin haber hecho testamento, dejando una herencia valuada en 8434 pesos con 87 centavos, representados, en: Terrenos, Casas, Animales, Utiles de alambique, Piezas de Hierro y de Cobre, Muebles de Casa, Fincas de Oro y Plata, Maderas y Otros Muebles. Las tierras son las de Tacarica, la vega al pie de La Galera a uno y otro lado del río. Terreno en El Llano donde estaba la casa de habitación (en la curva a Tacarica, bifurcación para Bailadores) y frente a ella el cañamelar. Un potrero de San Buenaventura cuyo valor era mayor que los antedichos bienes y un derecho en El Volcán. Las casas son cuatro. La de habitación o de El Llano, con sus lumbres y cimientos de piedra, caballeriza y solar, más grande y cómoda, pues era la de vivir regularmente. La segunda en Tovar, para asistir a las obligaciones religiosas, educacionales de los hijos y como depósito de los productos de vender en el mercado. La tercera donde estaba el alambique, con el terreno que tiene y sus cercas. Y la cuarta pareciera haberse hallado en el mismo terreno donde está el alambique o en medio del cañamelar.
Los animales, eran: una vaca moreno oscuro u hosca, una colorada, una china, otra novilla hosca, una calcetas o con las patas distintas al resto del cuerpo, una pintada, una sarda; sin embargo, los derivados lácteos parecen no ser la base de la economía familiar, a juzgar por el número de vacas lecheras, en menor proporción que los diecinueve animales de carga: seis burros que hacen añorar ese tiempo, porque entre ellos unos son marrón rojizo, otros negros y uno gris. Años tenía o ya se me habían escapado del recuerdo los burros de colores. Una mula y doce caballos y yeguas, entre castaños, incluyendo el picado de araña, rucios y el rucio azul, mosqueados, moros, cebrunos y zainos.
El sembradío de caña y los implementos de cobre indican que la destilación de aguardiente y tal vez la fabricación de panela fueron las actividades principales: una olla con cabezote y culebra, toneles y un depósito. Barras, planchas, calderos y romana.
¿Cuáles fueron los lujos de aquella casa? Un tinajero con su helecho, una sombrerera, tres mesas para la sala y una poltrona. Dos cargas de baúles, un armario, una cama grande con barandas, tres de cuero, una de viento y un catre. Indicativo del grado de refinamiento son dos servicios de cubiertos de plata, que representaba ser de las primeras expresiones de riqueza, o más que eso, de que la mentalidad de sus dueños coincide con la de la gente de procedencia española. El que come con cubiertos y no con las manos, tiene cierto nivel de urbanidad; si los mismos son de plata, está a más pasos del anterior. Un coco de plata que es el fruto del cocotero, revestido de argenta, para tomar chorote o chocolate, es una señal de distinción, una tachuela de plata o escudilla para calentar bebida o comida, un cintillo de oro, dos cadenas y medallas de oro y una camándula del mismo metal precioso, índice de que alguien de la familia tuvo en algún momento dinero extra y el deseo de emplearlo en objetos superfluos. La vajilla sería de barro, probablemente. Dicen que eran tan baratas estas vajillas, que un ama de casa casquivana, después de una celebración, prefirió mandar a tirar al monte los platos sucios, en vez de lavarlos u ordenar que los lavaran. Los demás son bienes elementales en todas las casas, porque en aquel tiempo, la gente de aquellos lugares, no tenía ni ocasión ni posibilidades de fabricar escenarios, telones de fondo, entornos, que realzaran la persona. No quedaba tiempo sobrante para pensar en ello, sino en sobrevivir. Figuran en este documento como bienes para contar y adjudicar entre los herederos, silletas de suela, nuevas y usadas, palos cortados, horcones, tablones, varas. Un galápago de señora, uno caraqueño y un tapial.
[1]
La pareja de Jaime Burguera Ramírez e Isabel García Gil, había contraído matrimonio en Nuestra Señora de la Concepción de Táriba, el 6 de mayo del año 1841 o en fecha próxima a ésta, dado que ése día, Jaime firmó un recibo a Isabel aceptando el aporte a la comunidad conyugal de 1312 pesos y 65 centavos, heredados por ella de su padrastro Nepomuceno Morales, posteriormente se sumarían a esa cantidad 754 cuatro pesos a la muerte de su madre Antonia Gil. Procrearon seis hijos: Elías (8-8-1842) María Beatriz Amelia (Eumenia 3-4-1845) María del Carmen de la Trinidad (Carmela 1847). Luego del nacimiento de la tercera hija, se mudan de Táriba a la Villa de Nuestra Señora de Regla de Tovar, de modo que los siguientes hijos nacerán en la Villa, y son: José María Jaime, de quien no se conocerá su día de nacimiento, por haberse traspapelado desde aquel tiempo su partida de bautismo, pero de quien se sabe era un menor púber ¿tendría 16 años en 1866? María Rafaela (23-10-1853) y Sofía del Carmen (26-2-1860)
A la muerte de su anciano padre, anciano, dicho por el mismo Elías, éste cuenta 22 años. De tez blanca, cabello castaño, bien parecido. Supuestamente y muy a su pesar debió verse obligado a abandonar la escuela cuando pequeño, por cuanto, como primogénito le corresponde ocuparse de trabajar y de ganar el sustento para mantener a su madre y a sus hermanos, debido a ésa condición de ancianidad del progenitor. Circunstancia de análisis es el retrato del joven Elías, pintado al óleo por uno de los alemanes viajeros, lo cual denota que para la fecha ya habían llegado a los peritos agrícolas a la comarca, enviados por las casas importadoras europeas, con la finalidad de marcar las tierras ideales para extender los sembradíos de cafeto, así como sucedió con las cepas de la vid en Chile y Argentina. Tomar café en las comidas y en reuniones sociales es cada día una costumbre más extendida en las capitales refinadas del mundo. El retrato es evidencia también, de que Elías está ya en contacto con estos peritos y con las casas importadoras. Entre él y su hermana más pequeña, Sofía del Carmen, que no llega a los cinco, hay una diferencia de dieciocho años de edad. Se advierte que cuenta con el apoyo de su tío Ignacio Burguera, el mismo que en 1844 era Juez de Paz y quien, junto con Concepción Márquez y sesenta y cinco vecinos, promovieron la evolución política de Tovar, de Parroquia que era, dependiente de Bailadores a Villa, en esa escala intermedia a Ciudad. Elías representa a su madre y a la familia en la diligencia judicial que comprendió el inventario, avalúo, partición y adjudicación de los bienes del progenitor, diligencia llamada en aquel tiempo Mortuoria. A pesar de su juventud pagó 863 pesos en dinero contante y sonante, correspondiente al quinto de la herencia, impuesto fiscal que costó tanto como la casa principal. Este hecho deja ver que ya Elías posee capital propio. La cantidad le es representada, al menos en el papel, con parte de terreno en San Buenaventura (Sanbuena) del mismo precio. Se dedujeron en segundo término 2065 pesos con 65 centavos que pertenecían a Isabel del aporte matrimonial. Seguidamente se procedió, de acuerdo a la ley vigente, a dividir el capital restante, consistente en 5505 pesos 22 centavos, en dos mitades: la correspondiente a la viuda y la otra mitad a repartir entre los seis hijos a partes iguales. A Elías le asignan 458.76 pesos, igualmente a Eugenia, a Carmela, a José María, a Rafaela y a Sofía. En apariencia, la madre y sus hijos menores continuarán obteniendo los recursos de la misma manera, porque la parte que señalan a Elías no afecta visiblemente los ingresos diarios. Son los animales de carga, y no las vacas ni el alambique, sino que en su espacio de tierra de San Buenaventura quedaría con la yegua mora, la mosqueada, una potranca, un potro negro, uno rucio, un becerro y el tapial. Años después Elías referirá, así como lo transcribe la Guía de Tovar, que no tocará parte alguna de su herencia, para dejarla a sus hermanos. La casa paterna de El Llano estaba habitada en la década del 20 de 1900, por Rafaela y Sofía, solteras. ¿Les compraría a ellos posteriormente? Así debe haber ocurrido, dado que a la tercera generación de Elías pasarán los bienes enunciados en la mortuoria. Tacarica a los Burguera Dávila, San Buenaventura a los Burguera Kolhweyer, La Galera y las tierras aledañas a los Musche Burguera.
“Las laderas que rodean el valle de Tovar y las estribaciones que como escalera descienden hasta la llanura del Zulia eran potenciales zonas para la producción de ese grano. A orillas del Mocotíes, imperio de pájaros y culebras, empezó a escucharse el hacha. Cayeron los cedros y los pardillos, quejumbroso de muerte. Sobre la tierra limpia asomó el verde brote de las plantaciones. Un rosario de rojas cuentas anunció la cosecha de café. Para sembrarla y recogerla llegaron al valle de Tovar millares de forasteros.”
[2]
En 1873 Tovar tiene 5.873 habitantes. En julio del año 1875, Elías Burguera formaliza en Tovar un documento por medio del cual comienza a fungir de socio y apoderado de Minlos Breuer y Cia. El mismo año, otro tovareño, Severiano Codina lo es de Mechlenburg Blohm, Wilson y Cia.
[3]. El 28 de diciembre de 1876, Tovar adquiere la categoría de ciudad por disposición del Gobernador del Estado, Domingo Hernández Bello.[4] Pero todavía en el año 1879 solo había en la recién estrenada ciudad tres casas de teja.[5] En 1881, se funda la Casa Burguera, exportadora de café, importadora de mercancía, centro de operaciones bancarias y representante de la Casa comercial alemana Breuer y Cía. Para 1890, Tovar, su contorno, sus aldeas El Amparo y el Peñón, tenían 1.112 casas de teja, 1.135 de paja, 560 ranchos, 624 plantaciones de café y se constituye en el principal centro comercial del valle del Mocotíes, realizando transacciones con Barinas y con Maracaibo. Cuenta con molino de trigo, producción de harina, sémola y afrecho. La Harina Flor obtuvo el premio Los Andes en 1888, el de Zulia en 1888, y el de la Exposición de París en 1889. Posee dos fábricas de kola, dos fábricas de hielo, fábricas de bebidas gaseosas y vino, dos aserraderos, tres hoteles, fábricas de aceite, de mosaico, de pastas, de licor, de confitería y trapiches. En 1895 la Casa Burguera es una firma criolla totalmente independiente, relacionándose directamente con Maracaibo.
El cambio de las sencillas costumbres y la nueva disposición que presenta la población hacia el lujo, los adelantos de la tecnología observada con mayor intensidad a partir del año 1892, se reflejará en brocados, terciopelos, cordones dorados y borlas para cortinajes, molduras para cielos rasos, cerramiento de balcones de hierro forjado con monogramas estilo Art Nouveau, mandados a hacer por encargo a Europa. De los dinteles y del piso desaparecerán las inscripciones y la loza de mármol con alusiones a Christus Vivit, Christus Impèrat, siendo reemplazadas por las expresiones de las individualidades en las iniciales de los apellidos entrelazadas, poniendo así en evidencia el cambio de mentalidad. Vajillas de porcelana alemana y francesa, cristalería de Bohemia y Baccarat. Lámparas Tiffani. Ánforas de alabastro con la impresión litográfica de parejas matrimoniales locales. El arte europeo más que norteamericano expresado en múltiples formas. Reproducciones de la escuela pictórica del Realismo francés en las cajas de bombones y de galletas. Si antes se hacían de plata hasta los mondadientes, las piezas ornamentales de este metal brillarán en espléndidos aguamaniles en las toilettes y especialmente en fruteros y fuentes para el servicio de la mesa del comedor. Se pone de moda el brandy Hennessy, champagne Veuve Clicquot y el caviar ruso, quesos y finos enlatados. Las mujeres llevan sombrerería francesa, pieles de zorro, trajes y perfumes de París. Los ricos y los mandatarios van vestidos a Tedeum y a inauguraciones de obras públicas con frac, sombreros de copa, bombín, pajillas, chalecos y leontinas. Se agregan a la celebración de la Navidad, pinos nevados y, aunque continua armándose el pesebre, se introduce la figura de San Nicolás.

Si la memoria no me juega una maroma, yo estuve en la casa que fuera la de habitación de Jaime e Isabel, en la bifurcación hacia Tacarica y Bailadores. De altos techos de teja, piso de baldosas de arcilla, vigas y columnas de madera al natural. Una o dos silletas de cuero y un banco para sentarse, ningún otro mueble en la sala escueta. Fui con papá y mamá, quienes me sentaron en una silla, me pidieron que no me moviera de allí en tanto ellos entraban a una pieza donde debía estar ocurriendo algún acontecimiento solemne. Levanté la vista y ví sostenida entre las vigas una urna de cuatro tablas. Es posible que estuviera agonizando el último eslabón de aquella gente. Moría Rafaela, después que Sofía, su hermana menor. Aquel ataúd en las vigas, fue el elemento que fijó en la memoria el adiós y el saludo entre la segunda y la quinta generación.


[1] Expediente de Inventario y Partición de la Mortuoria de Jaime Burguera. 1866. Documento original.
[2] Rangel, Domingo Alberto.: Prólogo a Alegría y Gracia de Tovar de Alfonso Ramírez, p. 8.
[3] Bello, Betancourt, Crisanto.: Genealogía de la Sociedad Andina Venezolana. Trabajo en Preparación.
[4] Ibidem, p. 6
[5]
Benet, H.: Guía General de Venezuela. T. I, p. 243.

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